sábado, 18 de agosto de 2012

Sueño #121.12

La muerte nos consterna a todos.
Esta claro que debemos sufrir.

Cuando mueres el sentimiento viene desde el estómago, y cuando los fantasmas del tiempo vienen por tí. No se puede hacer más, te rompen, despedazan, violan, violentan, todo por tu alma que termina siendo destruida.

Cuando morí, vivía en Coyoacán, una pequeña casa de habitaciones pequeñas: una azul, una amarilla, pero todas obscuras. Cuando vino el primer fantasma yo no estaba preparado: brincó muy alto, me llevaba consigo, me azotó, fue la experiencia más terrible de mi vida.


Después vi morir al hombre. Demacrado, increíblemente delgado, se dobló por la mitad y se fue consumiendo mientras caía por la calle. Llevaba un niño dentro igual de viejo que el. Su alma obscura me llamaba mientras marcaba el 911. Mi abuela lo conocía, mi madre también, pero no importaba cuan escalofriante suene, apenas es el primer encuentro.

1 comentario:

Quién dijo...

Nadie está preparado para morir porque ni siquiera lo estamos para vivir. Aprendemos en el acto, en una especie de work in progress: así es la vida; pero el morir es como una libélula que se acerca danzante al fuego: desconoce que no volverá a sentir las llamas sobre su cuerpo. Que esa osadía de vivir más allá la llevará a un paraje sin retorno.

La primera vez que yo morí, no sentí absolutamente nada; quedan los registros clínicos para sabernos así tan libélulas, pero nada más... el alrededor se volvió un desconocimiento. Luego volví a morir, o más bien me soñé inmortal.